Mi compañero envejece, me enreda en sus brazos y se siente ajeno.
Cuando nos encontramos arruga la voz y se aleja de mí, de unos ojos que lo miran curiosos y se detienen en su boca.
Mi amigo envejece, me seca el pelo triste, y yo quiero hablarle, dibujar su risa para que no se sienta tan solo, para que no pierda los días haciéndose mayor en batallas contra imágenes de veinte segundos.
Mi amor envejece, me tumba en la cama y me arropa borracho queriéndose esconder entre mis piernas;
me mece en sus dedos, respiramos distancia, caminos distintos, silencios alados y muchas promesas con las que podríamos desnudar el miedo.
Mi amigo está lejos, y yo broto en la palma de su mano, mastico sus besos atada a la única memoria que no envenena, que no me roba las pestañas ni escarba mi vientre.
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