martes, 15 de septiembre de 2009

Robert Graves (Londres 1895 - 1985 Deiá)

Escribía siempre que podía, allá donde estuviera, convencido que en la poesía se encontraba una esperanza de cordura pero al mismo tiempo sospechando que su “locura” hacía posible su poesía: si estuviese totalmente cuerdo, su creatividad podría desaparecer.

Necesitaba su locura,
su nervio.

La poesía estaba en el dolor.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Summer time (by Henry Marfrafe)

Jacqueline sigue recibiendo obscenas y groseras cartas de sus admiradores en mi buzón.
Hace unos días me confesó que suele masturbarse mientras se las leo por teléfono.

My love non stop the susurrarme you tainted love. Is summer time.

La chica del summer time nos recuerda que llega el verano y con exuberante recato guarda sus lúbricos sueños entre lazos de organdí Encajes asalmonados y volantes floreados, todo su cuerpo como escapado de salas de disección en aulas de anatomía de cualquier facultad de medicina. La morgue la concedió licencia estival.

Cada día te depilas mejor, tu piel pulida como cristal, brillante como el nácar y esas ganas ficticias tuyas de gozar.
Todos los coches quieren ser gris metalizado, tus sandalias bailan luciendo su rojo charol.


Para, para. Mas, mas.

Diálogos de los azucarados cauces de tus venas forman laberínticos recorridos por tus pies, cataratas, meandros, hoces y tu sangre aparentemente ardiendo cargada de pasión, dentro, encerrada, buscando tu salida mas húmeda, menos seca.
Solo esas pecas esparcidas anárquicamente por tu cuerpo rompen la uniformidad telúrica de tu piel.


Luce tus pezones que se encresparon madrugadores en el rocío sedoso del nuevo amanecer.

Las conchas y caracolas incipientes de tus nails buscan el prohibido jardín botánico donde mezclarse con flores y arbustos.

Nadie sabe que tu halitosis es insufrible, pues nadie como yo ha saboreado tus pútridas babas

Que tus axilas, perfectamente marchitas por el láser, obligan a exhalar aromas de caducas y sanguinolentas compresas de menstruaciones olvidadas.

Tu boca, mina obscura de un Salomón desahuciado por sus incoherentes sentencias yace en banca rota, conservando tus reliquias, creyéndolas joyas de incalculable valor, su ceguera no le deja comprobar tu desdentada encía, las aftas purulentas que como estalactitas cuelgan de tu paladar, estalagmitas mortecinas alfombran tu lengua que hace años dejó de lamer, de sentir, de vivir.