jueves, 18 de junio de 2009

Juan Manuel de Prada (2003)


sabía que, si el teléfono no hubiese sonado como un detector de adúlteros en la habitación del hotelucho próximo al aeropuerto, no habría dominado la urgencia de poseerla: su abrupta lengua ya había amordazado mis últimas reticencias, su vientre (que yo no sabía grávido) se abombaba con una palpitación de sangre, sus muslos tenían el mismo tacto hospitalario del papel Biblia; todavía recuerdo –y es un recuerdo lacerante- la erección que abultaba mi entrepierna, una erección obscena, tuberosa, informe como un tumor maligno…

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