viernes, 3 de mayo de 2013

Erica Jong


Al principio nuestro idilio fue delicado, espiritual, casi adolescente (blanco-platónico). (mas adelante íbamos a terminar entablando diálogos parecidos a los de Strindberg).
Solíamos leernos poesía en la cama, discutir sobre las diferencias entre la vida y el arte. La primavera nos sorprendió asistiendo juntos a un curso acerca de Shakespeare, como supongo que deberían hacerlo todos los jóvenes amantes. Un día de abril, brillante pero ligeramente helado, nos leímos en voz alta El cuento de invierno sentados en un bano de Riverside Park.
                Un grupo de golfillos de ocho o nueve años, se sintieron atraídos por nuestra lectura y se situó en el banco y en la hierba cerca de nosotros, encantados los niños de nuestra actuación.
                Uno de los chavales se sentó a mis pies y miró hacia arriba con veneración. Yo estaba entusiasmada.
¡Así que la Poesía, a fin de cuentas, era la voz universal!

Podíamos pasear y pasear y pasear y pasear (recitando a Hart Crane, naturalmente), y no aburrirnos nunca. Siempre estábamos hablando y riendo.
Es decir, hasta que nos casamos. El matrimonio lo estropeó todo. Cuatro años de amantes, los mejores amigos… y todo eso lo hicimos volar en mil pedazos al casarnos.

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