Ciertas palabras debían decirse.
Las cosas eran imposibles entre ellas y ya nada podía salvarse. Ciertas palabras debían decirse. Y aunque cada una se había dicho a sí misma cien veces esas palabras en silencio, nínguna de las dos tenía el valor de decirselas a la otra en voz alta. Así que empezaron a tener la esperanza de que otra persona dijera las palabras necesarias por ellas. Quizá llegara una carta o recibieran un telegrama que dijera lo que ellas no podían. Ahora pasaban sus días esperando. ¿Que otra cosa podían hacer?
lunes, 11 de mayo de 2009
Duane Michals (1976)
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