Los dos poetas llegan a la puerta del Infierno.
Allí, bajo un cielo sin estrellas, resonaban suspiros, quejas y profundos gemidos, de suerte que, apenas hube dado un paso, me puse a llorar.
Aquí yacen los que no fueron rebeldes ni fieles a Dios, sino que sólo vivieron para sí. El mundo no conserva ningún recuerdo suyo.
Aquellos desgraciados, que no vivieron nunca (esto es: cuya vida pasó inadvertida sin haber sido útiles para sí ni para sus semejantes) estaban desnudos, y eran molestados sin tregua por las picaduras de las moscas y de las avispas que allí había; las cuales hacían correr por su rostro la sangre, que mezclada con sus lágrimas, era recogida a sus pies por asquerosos gusanos.
domingo, 25 de enero de 2009
Divina Comedia -canto III-
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