miércoles, 22 de diciembre de 2010

J. W. Goethe ( 1749 – 1832 )

De nuevo os presentáis, sombras aéreas, flotando a mi vista entre luz y oro. ¿Intentaré ahora como en aquel momento detener vuestro vuelo? ¿Podrá mi corazón, marchito, helado por la edad y las penas, sentir aún las ilusiones de otros tiempos? ¡Ah! Vengan, acérquense, lleguen a mí, dulces imágenes, porque cuando del seno de las nubes húmedas las vea venir hacia mí, ¡es extraño!, siento mi corazón que conmovido se estremece de juventud ante la influencia del fresco ambiente que impulsa hacia mí vuestra falange.

Veo en vosotros la imagen de placenteros días y entre ellos más de una sombra amada, como animada por una voz antigua y casi exánime y recobro los dos primeros sentimientos de la primavera de la vida: el amor y la amistad.

También el dolor se reaviva, la queja lamenta el laberinto humano y su camino tortuoso, y nombra a todos los buenos que, deslumbrados por el falso brillo de la dicha, se desvanecieron a mi vista en la flor de sus años.

Imposible os será, nobles almas, oír los cantos que he sido el primero en dirigir, ya que el eco de los días originales se ha ido enteramente por dejar de existir toda la cohorte amiga. Mis lamentos sólo hieren los oídos de multitud desconocida, cuyos aplausos sólo ayudan a oprimirme el corazón; todos los que lograban olvidar su dolor con los cantos que mi pecho exhalaba, todos los que en otros tiempos se dejaban fascinar por mi palabra, si viven en el mundo, ¡ay!, están ausentes.

Siento revivir en mi corazón los ardientes deseos que antes me animaban por ese vago imperio, por ese mundo de los espíritus tan bello y sosegado; flota mi canto, cual arpa eólica, en sonidos misteriosos, y me causa el sereno vapor que contemplo un estremecimiento de dicha. Corren mis lágrimas; un tibio y suave ambiente desvanece mi aterido corazón; veo en lontananza todo cuanto poseo y no tardaré en ser nuevamente dueño de todo lo que huyó de mí.

Dedicatoria de Fausto


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